Cuelga de un peldaño la magia que hace de las frases
una costumbre. Llora huérfano el hecho, por perder terreno con la rutina. La
realidad se vuelve real, posible, al estructurarse la batalla de percepciones. Y
en repetición, mezcla, copia, el ciclo se reanuda eternamente; La originalidad
está de luto, la imaginación tratando de figurarse en el tiempo, el tiempo
queriendo existir, más allá de la carne, más allá de la razón.
En época de máquinas, la locura se vuelve el aceite
que lubrica la vida. Lo material se convierte en ley, la tendencia religión. El
espíritu se aquieta, ya no es llama, ya no vibra; Ahora es hielo, sentenciado a
fundirse, a huir por la rejilla de los vicios.
Y las voces aluden progreso, cuando todo se amontona,
se simplifica hasta el error constante. Se omite. Se pregona lo inmediato, lo
intrascendente, lo banal. El sentir se pasa por alto, se estudia el arte,
amputando alas con la vanidad hecha tijera.
Contagiada del olvido, la felicidad se pierde en
distracciones, en esperanzas fugaces, trampas del destino. Cuando a lo sobrio
lo embebió la soledad, lo atacó el aborrecimiento, el hábito de no comprender
absolutamente nada. De leer una y otra vez estas palabras, y ver formas huecas
del saber, llegar al vómito, descomponerse de tristeza, no más.