miércoles, 22 de junio de 2011

#8

Él pensaba en ella.
Era más bien lo que lo definía. Todo el tiempo, a toda costa, sin hacerlo o sin pensarlo. Perdía la noción del sentir, porque ya estaba lejos. Perdió el conocimiento, el saber, o la condición, de diferenciar el pensar del sentir, o es que nunca lo tuvo…
Pero ahora ella era relativa. Se esfumaba entre otras “ella”, era una mezcla de características, la aceptación en lo que sus gustos consideraban un juicio.
Ella era lo invariable, la ilusión que no puede escapar al anhelo, porque de darle cuerda a la realidad, las angustias acorralarían lo imaginado. Y en esta ambigüedad intratable, lo real y lo inventado, el goce y el sufrir, lo oscuro y lo iluminado, solo pasan la línea de un lado al otro, dando saltos a través de sus pensamientos, solo siguen conectados, por no poder explicar lo que siente, no encontrar en la razón, lo que de algún lado proviene. Y entonces ella también es la manifestación de esta imposibilidad. E irónicamente en ella lo imposible es el combustible, en “ella” el desafío es mantenerse invariable ante los ataques de la lógica, de los golpes de la memoria, del tiempo y del sentido común.
Invencible. No se puede dar por vencido, la obsesión con el seguir, es el hecho convertido en mártir por los caprichos del orgullo. No se puede equivocar, quien nunca termina de equivocarse. Y no se puede detener algo definido como constante.
Si, en él, ella es constante. Todos sus actos bailan en ese trasfondo, todos pivotean sobre su concepto y no escapan de lo que él creo sobre lo que se ajustaría a ella de algún modo. Su percepción esta diezmada por esta condición. Pero sin ella no tendría esperanza, de hecho no existiría esa palabra. Tanto amor solo puede entrar en el mundo de lo imaginado. Esta paradoja es su maldición.